Por Rosanna Di Turi (@Rosannadituri)
Fotografía Javier Volcán (@jdvolcan)
En Margarita defienden, con buenos argumentos, que el ají de la isla no lleva el apellido dulce sino margariteño. “Tiene atributos propios y por ello buscamos su denominación de origen”, compartía Fernando Escorcia, presidente de Margarita Gastronómica, como abreboca de la ruta que emprendieron en octubre para dar a conocer distintas siembras de este ingrediente, aromático y gustoso, capaz de potenciar cualquier preparación.
Sergio Somov, esmerado agrónomo que ha dedicado más de 23 años a sembrarlos y multiplicarlos, cuenta el porqué de esa convicción. “El ají margariteño es único. No solo es dulce sino que tiene algo de picor. A nuestros ancestros no les gustaba el picante y fueron seleccionando los que picaban menos, además de la salinidad y aridez de esta tierra que les da sus características”, cuenta y sabe también que es un ingrediente que amerita constancia. “La manera de conservar esta herencia es sembrarlo de forma permanente. Si pasamos un año sin hacerlo, lo perdemos”, dice quien los ofrece con el sello de Pura Vida.
Bajo el sol sin filtro de la isla, crecen las explanadas de ajíes de la siembra Angelito, un sembradío familiar, liderado por Rainer Salazar, que en cuatro años se ha transformado en el mayor productor de Margarita: de allí salen los ajíes rozagantes a la isla y aspiran pronto a llegar a cadenas de supermercados en Caracas. Salazar habla de los ajíes con la sabiduría serena de quienes están vinculados a la tierra. Cuenta que hay ajíes machos, y las hembras similares a una flor. Que siembra más hembras por su capacidad de multiplicarse. “Son más paridoras”. Cada productor, se entiende, maneja sus propios secretos para un cultivo que siempre se agradece.