Ahora, en 110 hectáreas, prosperan nueve de las 12 cepas que se adaptaron con más soltura a la novedad del trópico. En ese entonces, Vargas y el equipo de Bodegas experimentaron con 36 variedades. Entonces era una apuesta arriesgada. “No había en ese momento viñedos comerciales en el trópico. Existían unos experimentales en la India. Pocos creían en esto”.
Tres décadas después confirman que ese sueño, aunque parecía improbable, es una gustosa realidad. La apuesta inicial la Empresas Polar y Casa Martell de Francia. Pero esta última luego se retiró. Vargas puso en práctica allí sus tesis de enología en Madrid, donde precisamente estudiaba la posibilidad de sembrar esas tierras de Altagracia con vides para el vino.
Allí prosperan las cepas para sus cinco espumosos hechos con el método champenoise ideado en la gélida Champagne, pero en este caso replicado en las bodegas que aguardan en las cálidas inmediaciones de Carora. También sus vinos Terracota, varietales crianza y los reserva. Incluso el vino para consagrar Eclesia, un blanco moscatel elaborado bajo las indicaciones de la iglesia. Esas uvas, más las que crecen con productores independientes apoyados por ellos en Zulia y Lara, sirven para además para elaborar la sangría caroreña que se reproduce para calmar la sed que despertó desde su creación en el 2002.
Vargas es el enólogo asesor de los vinos que ahora están a cargo del joven de 32 años Pedro Carrasco, quien a finales de 2012, se fue a estudiar enología en Chile tras trabajar desde el 2006 en la bodega. Mientras muestra el lugar donde elaboran blancos y tintos, cuenta que ahora los vinos son del primer prensado de las uvas. “La tendencia es que conserven su frescura y frutosidad. Y en los tintos, maceramos antes de fermentar, para lograr más color aunque no tanta tanicidad”.
Desde que Vargas se “jubiló”, descorchó una activa e incansable agenda con Club Pomar
Esa propuesta, liderada por María Isabel Willson y ya con cuatro sedes en todo el país, el enólogo oficia cursos y lidera las visitas. Las mismas que comenzaron temprano en la bodega, en 1992, para dar a conocer ese prodigio en el que pocos creían. Y si bien las rutas más conocidas son las de vendimia, en realidad durante todo el año tienen una vital agenda de recorridos para distintos gustos.
Allí, recuerda Rosángela Hernández, amable y dispuesta organizadora de estas agendas, reciben más de 1200 personas al año. “La ruta de la uva, por ejemplo, no solo muestra la bodega, donde compartimos una cena con un chef venezolano. Al día siguiente recorremos Carora, mostramos lo que hacen sus emprendedoras, su arquitectura y el trabajo de la orquesta juvenil. Es conmovedor”. Se suma el recorrido en bicicleta de 15 kilómetros en viñedos, con visita a la bodega. Todos aportan el buen sabor de un logro tenaz que se agradece.
Fotografía cortesía Bodegas Pomar