Sin ser un experto en vinos, un consumidor, con cierto grado de observación, puede identificar dichos defectos.
Cuando catamos el vino, podemos apreciar su aspecto: debe ser transparente, brillante y sin turbidez.
Al tratarse de un blanco clásico, seco (no un blanco dulce licoroso), debemos apreciar un vino de color dorado pálido, con tonalidades verdosas, cuando está muy joven. Dorados muy intensos con tonalidades ambarinas, tipo destilado añejo, nos indican defectos de oxidación y vejez.
En los tintos, los colores varían desde el violeta al granate, dependiendo de la edad del vino; sin embargo, colores pardos, con tonalidades marrones, nos indican un vino alterado, envejecido y oxidado. Tanto en blancos como en tintos, estos defectos producen desagradables aromas y gustos.
Al oler el vino debemos apreciar aromas frutales, florales y complejos y ricos aromas de su crianza en botella (bouquet); pudiéndose apreciar olores impuros considerados defectos. Uno de ellos, el menos grave, a mi juicio, es el olor a corcho en mal estado; se le llama “vino acorchado”. Ocurre por cierta alteración del concho, que le transmite al vino un olor desagradable, parecido a cartón mojado.
Se puede rechazar el vino, sin embargo, oxigenándolo en un decantador, por ejemplo, y esperando unos treinta minutos, pudiéramos eliminar el problema
Existen defectos olfativos más graves, como el olor a vinagre. Se detecta fácilmente porque es un olor muy conocido en las ensaladas, pero desagradable en el vino; le da un carácter impuro. Un vino avinagrado es imposible de consumir ya que su contenido de ácido acético produce en boca una sensación de acidez muy alta y desagradable.
Otros defectos que se apreciar en nariz, son los olores a frutos podridos como manzana, típicos de vinos oxidados y vencidos; estos vinos además desarrollan sabores muy desagradables y de amargor fuerte. En boca, se pueden detectar otros defectos como exceso de acidez y de taninos, que pueden causar sensaciones desagradables y astringencia agresiva; o por el contrario, vinos tan envejecidos, que han perdido su estructura tánica y se sienten aguados y desequilibrados.
Fotografía: Tomada de la revista El Conocedor