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En La Asunción se cocinan buenas historias

Por Rosanna Di Turi (@Rosannadituri)

Fotografía Javier David Volcán (En Instagram: @jdvolcan)

En La Asunción de Margarita es habitual ver jóvenes en filipinas de futuros cocineros. No es de extrañar: allí aguardan dos escuelas de cocina de las cinco que hay en esa tierra.

En una casona que sigue creciendo está el siempre efervescente Instituto Culinario y Turístico del Caribe del conocido chef Sumito Estévez.  Los mediodías, los estudiantes de cocina sirven las mesas con gusto local en El Compartir y anuncian el menú en una pizarra. Estévez, motor de ese entusiasmo inagotable, muestra el área que se estrenó con su cumpleaños 50 para eventos y la construcción de El Langar de Sumito, un lugar que estará listo el año que viene y donde junto con su esposa Silvia concretará el anhelo de tener un restaurante propio. También comparte el sueño que felizmente prepara: convertir su escuela en una fundación, para becar a quienes quieren y necesitan el buen oficio de los sabores. “Estudiar cocina hoy en día es costosísimo. Por eso, una vez que tenga el restaurante, haré de la escuela una fundación. Sueño con poder becar a gente que ha trabajado en restaurantes y no han podido pagar una escuela. Personas que tengan la semilla del emprendimiento. Gente dispuesta a trabajar por Venezuela. Que no solo amen la cocina, sino que además le devuelvan eso al país”, asegura.

Estévez sabe que esa feliz efervescencia generadora de buenas noticias ha contribuido a que en La Asunción se estrene una dinámica nueva. “Aquí se están soñando posibilidades sustentables y armónicas con la esencia del asuntino que es muy tranquilo. Se ha promovido una forma cultural de construir ciudad. La gente está viniendo a ver qué pasa en La Asunción. Hay perspectiva de futuro”, dice desde el ahínco de quien lo ayuda a construir.

En otra esquina de la capital neoespartana, Carlos Guerra muestra orgulloso cómo va quedando lista la casona centenaria, remozada y bella, que será el lugar de Guillermina, su nuevo restaurante y bar que promete estar listo este noviembre. Guerra es uno de los dueños de Catabar y el hotel Isabel la Católica en Pampatar.

En La Asunción apostó por esa casona que fuera una bodega en los años cincuenta y que transforma, fiel a su espíritu, en lugar con varios ambientes: una barra frente a una de las cocinas, un espacio que tendrá objetos con historia, otro ambiente donde las carnes se ofrecerán a las brasas. Una sala en el segundo piso. Y una hermosa terraza desde donde se ve parte de la ciudad. “Se está redescubriendo La Asunción. A mí me encanta rescatar sitios como esta casa. Cuando la compré me preguntaban si estaba loco por imaginar un restaurante en la ciudad del silencio”. Allí planea convertir ese espacio en lugar de encuentro. “La Asunción es un lugar de gente culta y con abolengo. Quiero que también sea para mostrar arte y literatura. Será un restaurante de comida sincera. Evitaremos todo lo fancy para comer rico”.

Mientras Guillermina se levanta, en otra calle se conserva una tradición centenaria en manos de mujeres tenaces. En La Asunción es tradición el buen pan horneado en casa, pero muchos hornos se han ido apagando con los tiempos. Allí aguarda la panadería Don Bosco con décadas de historia. Sin embargo, en casa de Las Marcano, cada martes y jueves desde la madrugada, repiten con empeño esa tradición que se agradece.

A las tres de la mañana se levanta Rosana para comenzar a elaborar los panes de leche o aliñados. Su bisabuela comenzó con esas faenas que seguiría su madre, María Larez de Marcano, ahora con 96 años, quien se sienta frente a la mesa de amasado para compartir sus consejos mientras su hija amasa y los vecinos comienzan a llegar a las siete a La Panadería de la mama, que en realidad es su casa, a buscar esos panes recién horneados.

Calles más arriba, junto al restaurante Abolengo, un emprendimiento de nueva data es parte de los nuevos sabores de la isla. Desde 2014, Rubén Sucre y su esposa Carolina convierten los jugos de frutas naturales en la refrescante propuesta de Margarita Frappe, que ya multiplican en varios puntos. Tienen la distinción de elaborarlos con frutas que se dan según su estación en Margarita: jobito, semeruco o pomalaca, los cuales se suman a los más frecuentes de fresas o moras. “La gente llega con cavas para llevárselos”, señala Rubén de esta iniciativa que no descansa.

La Asunción va consiguiendo excusas para encontrarse en sus calles. Los sábados en la noche, mientras el café Jardín pone las mesas, ingeniaron una feria de arte y gastronomía, promovida por Magaly Guédez, a cargo del turismo del municipio. Otros días de la semana han propuesto distintos eventos para que la fiesta no sea solo en octubre. Mientras Margarita descubre lo bueno que generan sus sabores, la capital redescubre una apuesta que recuerda lo afortunado que sería recuperar todas las calles del país para el encuentro.

Por Rosanna Di Turi González

Periodista especializada en gastronomía, editora de esta página. Convencida de que nuestros sabores son un gustoso lugar de orgullo y encuentro para este gentilicio. Fue gerente editorial de la revista Todo en Domingo de El Nacional y autora de los libros ABC del Vino, Ron de Venezuela y El legado de Don Armando. Twitter: @Rosannadituri

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