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Bombones venezolanos

En un país con tan insigne cacao se merecen los mejores bombones. Resulta un gusto visitar los lugares donde se elaboran bombones artesanales venezolanos. Primero, allí recibe el aroma que delata el buen cacao local. Segundo, se puede presenciar cómo merecen el cuidado, uno a uno, que les otorga su excelencia. Por fortuna varios apasionados de este arte apuestan por estas delicias y aprovechan el buen chocolate que se puede lograr en Venezuela.

Ludo y Lisette Gillis, belgas de nacimiento, se dieron cuenta de una gustosa ecuación cuando llegaron hace 20 años a Venezuela.  Ellos venían de un país donde hay chocolaterías a granel, vieron el gran potencial del cacao venezolano, se dieron cuenta que faltaban bombonerías y decidieron hacer la suya propia a la que bautizaron La Praline. 

Comenzaron en la Avenida Nueva Granada, luego se mudaron a un pequeño local en Los Palos Grande y finalmente estrenaron la tienda y fábrica que tienen en esa misma urbanización. Y si bien Ludo y Lisette siguen allí alertas, la tradición es ahora perpetuada con idéntica pasión por Brian Vandenbrouke, también belga, hijo de Lisette y casado con una venezolana.  Brian creció en Bélgica, trabajó en chocolaterías, hizo cursos en París, trabajó en China  y desde hace 6 años asumió el relevo con idéntica pasión. Allí hacen 70 rellenos distintos ingeniados por ellos. Si se le pregunta a Brian por el buen bombón, él piensa en una caja, que resuma la diversidad. “Habrá buenas chocolaterías en París, pero falta la creatividad que hay aquí”, asegura.

Otra historia de constancia está en la pastelería Mozart. En el año 1956 George Proconis, segunda generación de pasteleros, venía de Grecia en un barco a Suramérica con su tradición y escuela junto al mejor pastelero de Atenas. El 26 de abril de 1975 montó Mozart en el Centro Comercial Concresa, ahora con 36 años. Allí, con el rigor de las mejores causas, propuso la torta de profiteroles y los bombones que elaboró hasta los 83 años. Hoy su tradición sigue en manos de sus hijos, Doris y Fotini, su viuda y su nuero Sami Marouki , que lo asumen con idéntica pasión. Ellos defienden su trabajo artesanal y natural. “No tomamos atajos. Para las conchitas de naranjas compramos desde las naranjas”, dice Marouki.
 
Otro enamorado de Venezuela que vino para quedarse a elaborar bombones es Sander Koenen. Creció entre chocolates: su abuelo, su padre y sus tíos se dedicaban a la chocolatería. El hizo una especialización y a los 21 años, cuando decidió explorar el mundo, se preguntó donde ir. La respuesta fue obvia para él: Caracas, donde está el mejor cacao. Aquí trabajó en La Praline y luego creo sus bombones Sander, donde combina la tradición europea y los sabores locales. “Aquí hay tesoros que muchas veces ni los venezolanos conocen”, dice y sabe. Los elabora de parchita, sarrapia, macadamia, y es un empeñado en que su oficio crezca porque Venezuela, tierra de buen cacao, tiene que ser conocida por también por sus chocolateros.  

Más recientemente varios venezolanos han apostado por este arte siempre bienvendo. El origen de bombonería Kakao ocurrió casi como una epifanía. María Fernanda Di Giacobbe, emprendedora y convencida, pasaba el trago amargo de cerrar varios negocios. Estaba en Barcelona, España, con unos amigos venezolanos en Cacao Sampaka, vio una imagen de la iglesia de Chuao y se preguntó porqué no crear una bombonería.  Decidió aprovechar la sapiencia de su familia en dulces y llevar esa tradición de granjerías a los bombones. Viajó a Bélgica, Alemania, Francia. Y se dio cuenta que quería hacer rellenos de parchita y no de avellanas. Comenzaron a moler los cascos de guayaba para hacer rellenos e incorporarlos al ganache con queso crema y consiguieron un universo enorme de posibles sabores en los licores venezolanos, las frutas y hasta en los pasapalos. De 16 llegaron a 100. En su taller transparente apostado en Los Cortijos, 15 personas se dedican a elaborar uno a uno, de 3.000 a 5.000 bombones diaros que llevan frescos cada día a las tiendas Kakao.

Los bomboneros  suelen ser enamorados de su oficio. Le ocurrió a Nela Moser. Antes era publicista. Tenía 20 años en esa carrera. Un día decidió cambiar de vida y en su casa de Galipán, en el Avila, comenzó a trabajar el chocolate. Y hace cinco años nació Picacho, en honor a la montaña y para bautizar sus bombones artesanales. 

Nela habla de los bombones con la pasión de los convencidos. “No me imaginé que me darían tantas alegrías. Uno se enamora y la creatividad viene sola”. Un buen bombón, dice, debe ser fresco. Hacer “crack” cuando los muerdes y ser brillante. Ser sorpresivo pero que regale un sabor con el que te sientas bien.

Annabela Arcay habla con idéntica pasión. Hizo un curso, comenzó artesanalmente en su casa hace seis años y sus bombones Arcay han crecido tanto que ya está involucrada toda la familia.  Se dio a conocer boca a boca, defiende su esencia artesanal y la frescura necesaria de los ingredientes.

Por fortuna hay más casos en esta historia que sigue creciendo al ritmo de las mejores causas. Dario Salas y su hijo, por ejemplo, ambos de Coma Restaurante,  hicieron cursos en Francia e inicialmente con la asesoría de Pascar Cherance, creaon su línea de bombones. Detrás de todas estas historias hay una pasión confesa que se celebra porque gracias a ellos, se pueden probar más y diversos bombones de cacao venezolano, sabores propios e ingenio local.

 

Por Rosanna Di Turi González

Periodista especializada en gastronomía, editora de esta página. Convencida de que nuestros sabores son un gustoso lugar de orgullo y encuentro para este gentilicio. Fue gerente editorial de la revista Todo en Domingo de El Nacional y autora de los libros ABC del Vino, Ron de Venezuela y El legado de Don Armando. Twitter: @Rosannadituri

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