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Columnistas Sumito Estévez

Arepas

 

 

Los imagino. Chiquititos ellos. Inquietos a más no poder. Los imagino en su primera semana de clases. Imagino, que cada uno de varios días, estará dedicado exclusivamente a enseñarles cómo hacer arepas. Imagino sus miradas concentradas tratando de emular la perfecta redondez que sale de las manos expertas de la cocinera. Imagino que al terminar la jornada, como polizones, habrán entrado en sus cabecitas curiosas, conceptos que apenas soñé en mi adultez.

En ese salón de clases habrán niños de diferentes partes del país. Todos gritarán ¡siiii! cuando la cocinera les pregunte si saben lo que es una arepa; y con ella vendrá escondida, como polizón, la consciencia más pura de pertenencia, encubierta en la frase: “Venezolanos somos los que comemos arepa”.

Al otro día, entrará un maestro y les enseñará que ese polvo mágico que se trastoca en plastilina al contacto con el agua, en realidad es polvo de maíz. Y con pilón en mano jugarán todos en medio del griterío de los ¡Yo primero! a volver polvo el endurecido maíz y con las arepas de ese día vendrá, como polizón, la consciencia de que en realidad somos hombres y mujeres de maíz, y el orgullo de saber que el maíz y la papa se fueron en barquito a donde no los había. Sabrán que Colón era un señor gordo y bravo al que le dimos comida porque en su país había mucha hambre… y estarán orgullosos.

Sucederán los días. Días de arepa. Un día entrará un señor serio de bata blanca. En una mano ceniza, en otra cal. Les enseñará sobre reacciones químicas y todos quedarán embriagados con el sabor cenizo y crujiente de una arepa pelada.

Ese día, como polizón, habrá entrado en sus cabezas, no sólo las ganas de la alquimia transformadora, sino la certeza de que los pueblos poseen sus propias técnicas y es el aprendizaje de ellas, lo que nos permitirá enseñarles a otros nuestra unicidad de muchedumbre conocedora.

Pasarán los días de arepa. Cada uno de los niños aprenderá a perfeccionar la técnica y comenzarán a tener mañas. Unos sin masa, otros planas, el de más allá con quemadito. Con el perfeccionamiento de la arepa y la construcción de gustos particulares en medio de la generalidad, entrará, como polizón, la certeza hermosa de que independientemente del derecho a poseer valores individuales, existen conceptos de unidad nacional que nadie discute como propios.

Al año, los niños ya se habrán enterado –por culpa de las emanaciones embriagantes del edificio contiguo- que los más grandes están cocinando otras cosas. A ellos no les habrá llegado aún el momento. Primero es necesario entender que aunque existan woks, sartenes y ollas; únicamente es el aripo curado con paciencia (o budare como dicen las madres de algunos) y los hornos de latón de la carretera entre Carora y Barquisimeto, los que logran la perfección a la que ya no están dispuestos a renunciar.

Por esos días, días de arepa, habrá entrado un nuevo polizón: El perfeccionamiento de las tecnologías populares es el que ha hecho grande a los pueblos. Ese día les contarán que hubo un poeta llamado Aquiles Nazoa que creía en los poderes creadores del pueblo.

Pasarán los años. Años de arepa. Todo entramado de acervo se edifica con un muro de ideas y las clases de cocina serán cada vez más complejas. Para entonces los muchachos habrán pasado por conocer, como polizón, la complejidad detrás del concepto de denominación de origen, gracias a las clases impartidas sobre quesos frescos y sus regiones y tendrán rato aprendiendo los grandes platos de la tradición venezolana.

Lengua en salsa, esquiva receta de caraotas refritas, asado negro, pernil que se derrite en la boca, cazón exquisito engalanado con manto de onoto, carne mechada. La arepa se rellena y la única manera de lograrlo es llevando tarea a casa y preguntarle a nuestras familias por su recetario. Para entonces, las arepas serán acorazados cargados de polizones. Uno por cada receta aprehendida.

Llegarán los tiempos finales del bachillerato y de comenzar a volar. Entenderán que detrás del éxito económico está presente un código de barras, la necesidad de estandarizar, lo replicable, los procesos industriales; y al voltear la mirada hacia el paquete de harina precocida, reirán con picardía al saber que, como polizones, cada uno de esos conceptos les fue inyectado con cada paquete amasado.

Y llegará el día, en el que algunos de ellos decidan emigrar y querrán montar un restaurante en el exterior. Ya no estudiarán folletos de franquicias probadamente exitosas. Con las palabras pelua, sifrina, llanera, pepiá, viuda, budare, pelada, pilada y amarillo; vendrán, como polizones, muchos días de arepas rellenas de país.

 

Por Sumito Estévez

Sumito Estévez es uno de los rostros más familiares de la generación de cocineros venezolanos que se dio a conocer hace dos décadas. Chef y comunicador nato, fundó el ICC y ahora el ICTC en Margarita, es figura del Gourmet.com, autor del libro Diario de un chef. Sus cientos de seguidores saben que su twitter es @sumitoestevez

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